Pablo Peusner, apunta sobre que los padres, madres y parientes “se manifiestan imponentes incapaces o angustiados; pero también enojados, insatisfechos o decepcionados, ya que ese hijo o hija no coincide (por exceso, por defecto o ambas cosas) con lo que de él o ella se esperaba. He aquí un matiz novedoso para reflexionar acerca de la desproporción sexual estructural que introduce el lenguaje entre los seres humanos hablantes, y hasta podríamos arriesgar la hipótesis de que un hijo o hija, siempre y en todos los casos, es más, es menos o es diferente de lo que de él o ella se esperaba.” [En su libro “Padres, madres y parientes de niños en análisis” (2020), que ha puesto a circular gratuita y legalmente en su Blog El psicoanalista lector].
Dicho planteamiento e hipótesis de Peusner me hace recordar
algo que Adriana Soto apuntaba en su tesis doctoral “Maternidad en el contexto
discapacidad” (2011). Ahí, al explorar las visiones que se han construido cuando
hay un hijo con discapacidad, que implica el descubrimiento, incluso diría un
registro más próximo, de la diferencia, “el encuentro y reencuentro con un ser
que no era el que se esperaba”.
Agregando que los autores psicoanalíticos subrayan “la idea
de que cuando nace un hijo o una hija con discapacidad éste o ésta no
corresponde con la imagen idealizada y las fantasías que la madre había construido;
se habla entonces de un fuerte golpe al narcisismo que quiebra la ilusión y “[…]
la promesa de perpetuación en el tiempo y espacio transgeneracional.””
Y tomando el referente de “el mito de la sangre”, de Roberto
Manero, también apunta cuestionado, junto a él, “si este proceso solo se
observa en el contexto de la discapacidad. No lo neguemos, opina, la
institución de la consanguinidad nos coloca a todos en falta. No es cierto que
nuestro hijo, al nacer, sea el más bello. Al contrario, siempre es un ser desconocido
que nos arranca la carne y la sangre. Siempre que nace un niño es un golpe al
narcisismo de los padres, porque la imaginación siempre iba adelante. El niño
real, ese bebé, siempre resulta más feo. Después nos encargaremos de verlo y
hacerlo bonito. Al principio es abyecto. Luego se adopta. El psicoanálisis, aquí,
se apoya en la institución de la consanguinidad que estructura la familia, y
con ella la maternidad.”
A decir de Peusner ante un hijo hay desproporción, hay no
coincidencia, un más, un menos, lo diferente. Y quizá en el contexto de hijos
con discapacidad eso es más notorio, pero sucede que siempre, como lo apunta
Soto y Manero, está el registro de la falta, del ser desconocido, de lo
abyecto, del golpe al narcisismo.
De hecho Freud plantea que un recién nacido necesita de un
extraño, de un auxiliador, que al sentirse convocado a auxiliar, terminara por
convertirse en un semejante y cercano. Justo está en juego el registro de lo
diferente, del diferente, al que tratare de encontrarle-atribuirle algún parecido,
una ilusión, una sonrisa, los ojos, algún gesto, algo que sostenga. Pero que no
deja de cuásar extrañeza, desencuentro, desproporción.
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