Por Psi. Mauro Cruz Mtz.
La verdad es que me ha
sorprendido mucho la declaración de Guadalupe Loaeza sobre José Cueli, quien
hizo de su psicoanalista, de acuerdo con lo que ella dice, entre 1974-1982. No conozco
a ciencia cierta la trayectoria de Cueli como para ubicar el momento de su
formación en ese entonces. Pero eso en nada lo exculparía de su
responsabilidad. Lo que sí sé es que es una figura importante del psicoanálisis
en México. Ha dado cuenta de su trabajo con la publicación de libros y es
columnista de La Jornada, donde de manera habitual escribe sobre y en rededor
del psicoanálisis. Es miembro vitalicio de la Asociación Psicoanalítica
Mexicana y ha sido una figura importante en la Facultad de Psicología de la
UNAM. Prologó en 2011 un libro que se llama ¨Compulsión de repetición. La
transferencia como derivado de la pulsión de muerte en la obra de Freud¨. Justo a propósito de lo que trataremos en este escrito.
Pasa que en psicoanálisis de algo
de lo que se habla con insistencia es sobre la transferencia. No hay espacios
de formación (cualquiera que sea su índole) donde no se hable al respecto. Y es
que la transferencia puede ser ubicada como uno de los elementos esenciales que
dieron origen al psicoanálisis. Al respecto Lacan dirá que se trata de uno de
los fundamentos.
Hay casos o situaciones muy
estudiadas y comentadas justo por cómo se manifiesta la cuestión
transferencial. Al punto que se ha dicho que en el origen del psicoanálisis está
el amor. Y claro, la ineludible sexualidad.
Uno de esos casos tan comentados
es el de Josef Breuer y una de sus pacientes, muy joven y bella, la famosa Ana
O. Paciente, nos dice Freud, a quien Breuer dedicó todo su interés y simpatía.
Tan así que la esposa de éste quedó fastidiada por no oírle hablar de otro tema
más que de dicha paciente. ¿Qué era lo que esta esposa presentía?
Breuer finalmente decide poner
fin al tratamiento y se lo hace saber a Ana O. Parece, porque es una hipótesis
de Freud, que la respuesta de Ana O. fue un parto histérico, que sería la
manifestación de ese amor de transferencia que ahí se había producido. Y Breuer,
también nos dice Freud, se alejó de ella con espanto.
Este caso da cuenta del intenso
lazo que se crea entre psicoanalista y psicoanalizante. Pero acá, Breuer, en su
lugar de médico, decide retirarse.
Tocó el turno al propio Freud encarnar
las cuestiones transferenciales que se ponen en juego en el tratamiento. El psicoanalista
Manuel Hernández da cuenta de ello en su libro “El sueño de la inyección a “Irma””.
Un sueño que se inserta en el tratamiento de una de las analizantes de Freud. Un
sueño que justo fue nombrado, para su publicación como el “sueño de la
inyección a Irma”. Justo en esta forma de nombrarlo esta lo capital de
sueño. Es ahí donde se puede cifrar el deseo inconciente. Freud sueña con una de
sus analizantes. Y lo que se puede interrogar es ¿se trata de un deseo sexual? Ahí se juega la posición de Freud como varón pero también su posición como
psicoanalista. Lo que implica que la cuestión de la posición de psicoanalista
no está desligada de la cuestión personal de quien se asume como tal. Y ante
eso hay un trabajo por hacer. ¿Desde dónde se opera como psicoanalista? ¿Solo desde la teoria? ¿Desde
el terreno personal? ¿Desde una posición ética? ¿Desde el reconocimiento del
deseo, la castración o la falta?
De haber operado el deseo sexual,
de haber sido llevado al acto, no bastaría para calificarlo como un psicoanálisis
silvestre, pues contendría otras cuestiones, una transgresión a la ética y a la
ley. Pero Freud lo soñó, el deseo fue montado en su realidad psíquica y en algo
tramitado al momento de escribirlo y analizarlo.
Finalmente, y sin ser propiamente
tratado como un caso por Freud, está el episodio entre Carl Gustav Jung y Sabina Spielrein. Se trata
de un episodio del psicoanálisis que incluso, por el ruido que sigue produciendo,
ha sido llevado al cine, con la película “Un método peligroso”. Quizá ésta película
sea de lo más conocido sobre este episodio del psicoanálisis pero también están
obras de teatro y al menos dos películas más.
Jung recibe como paciente a
Sabina cuando esta tenía 19 años. Este es un caso al que la psicoanalista María
Alejandra de la Garza Walliser ha dedicado un trabajo titulado “El amor de
transferencia: de amores, pasiones y el no lugar del analista”.
Quizá es probable que Jung
comience a escribir a Freud en razón de este caso. El punto medular de la cuestión
transferencial es la relación amorosa entre Sabina y Jung. Una relación, como
todas, desequilibrada, pero con la marca de producirse en el inicio de un
tratamiento en un hospital y luego ya concebido como un psicoanálisis. Jung y
Sabina terminan siendo amantes por un año. Ella le pide tener un hijo de él.
Jung se niega y termina la relación amorosa y “profesional”. Sabina es acusada
de forzar esta relación, indignada busca a Jung cuchillo en mano pero lo único que pudo hacer es abofetearlo. Temeroso
del escándalo, Jung se confiesa con Freud: “Me hizo un tremendo escándalo sólo
porque el negué el placer de concebir un hijo con ella”.
Abuso de poder, machismo,
narcisismo en juego. Jung le había advertido a Sabina, en 1908, que él no podía
ser de una sola mujer, que siente compasión por la mujeres que sueñan con la
fidelidad, porque además el despertar de esa ilusión será doloroso. Y también esta
el despliegue de la manipulación: “Deme el día de hoy amor, paciencia y algo de
altruismo que yo le di en el momento de su enfermedad. Ahora, yo soy el enfermo”.
¿Cuál lugar a la función psicoanalítica?
Jung arguyó que había abandonado la función de médico por la ausencia de
honorarios. Llego a decir que los honorarios son el límite a los que está
sometido el médico. Es decir, para él sin un pago, no se puede garantizar la
situación psicoanalítica, no se puede garantizar una posición ética.
Freud es convocado tanto por Jung
como por Sabina. Pero vacila. Lamenta lo que pasa a Sabina y tiempo después la
invita a ser parte de la Sociedad Psicoanalítica de Viena. A Jung le escribe lo
inevitable de estas experiencias, lo dolorosas que son pero también el hecho de
que son necearías. Él mismo ha estado envuelto pero siempre ha podido escapar. Recordemos
el sueño de la inyección a Irma.
Sigmund Freud pudo extraer de
estas situaciones transferenciales lecciones para el psicoanálisis. Reconoce
que las pacientes se enamoran de sus analistas. Pero nos advierte que ese
enamoramiento es impuesto justo por la situación analítica, que no lo podemos
atribuir a nuestra persona, que no hay razón para enorgullecernos de esta
conquista. Diría que se trata de una falsa conquista, como un falso enlace; por
supuesto de una impostura. Y a los pacientes les dice que tienen frente a si
dos alternativas: renunciar al tratamiento psicoanalítico o consentir ese
enamoramiento, que, agreguemos, deberá ser psicoanalizado, pero no puesto en
acto.
Los psicoanalistas si interrumpen
el tratamiento ante estas manifestaciones transferenciales, habrán resignado la
cura. Y esta situación podrá repetirse con todo nuevo psicoanalista al que se consulte.
Entonces no se trata de rechazar este amor, pero tampoco de corresponderlo. La
posibilidad de un psicoanálisis está atravesada por el lugar que se hace a la
transferencia, al amor que ahí se manifiesta, desde el reconocimiento pero también
desde la abstinencia. De ese estar advertidos, y haciéndolo valer, de que el
amor se constituye a partir de un engaño. Un engaño que hace creer que Otro-otro
te complementa, que puede saber qué es lo que necesitas y que además puede dártelo.
Es con la transferencia con lo
que se instala la posibilidad de un psicoanálisis, en el marco del tratamiento
mismo. Pero de no trabajar para localizar y ocupar la función de psicoanalista,
se sale quemado, se sale quemando. Y luego desde ahí muchos pretenden la huida.
Muchos para retornar, para seguir quemándose y quemando.
¿Qué decir de la declaraciones de
Guadalupe Loaeza con respecto a José Cueli? Es inevitable pensar el lugar que
ocupan en esto las instituciones psicoanalíticas. Loaeza dice haber denunciado
ante una de ellas, pero que lo que encontró fue el cómo se protegen y que nada
pasó.
Seguramente esta escritora va
haciendo un trabajo, personal, político y de otra índole que a ella le toca en
la medida de sus fuerzas y recursos. ¿Pero que le corresponde a la institución psicoanalítica?
¿Qué le corresponde a José Cueli?
La historia del psicoanálisis nos
han dejado ver como las instituciones psicoanalíticas han acallado ciertos
episodios que las comprometen profundamente, pero que en uno u otro momento
terminan por estallarles e implotar. ¿Deben hacer pública una postura? ¿Bastaría
con eso? ¿Deben hacer algún tipo de investigación? ¿Les corresponde emitir algún
tipo de sanción?
¿Cuál es el lugar de la
institución psicoanalítica, seguramente otras, ante este caso que se ha hecho público
y en la coyuntura actual?
Esperemos, lo pido, no se resguarden
en explicaciones psicologizantes y descalificadoras. El psicoanálisis también tiene
experiencias y formas ante eso que inevitablemente nos tizna. De eso se habla,
en eso se insiste, porque la experiencia lo dicta, porque estamos advertidos
del material con el que trabajamos.
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