Por Psic. Mauro Cruz Martínez. *
La mala fama de un término y la buena fama de una conducta: el machismo. Así lo diría Carlos Monsiváis (ensayista, cronista y narrador mexicano, 1938-2010). Seguro que es contradictorio y paradójico. Será el contexto social, el nivel socioeconómico y grado de estudios lo que permitirá visibilizar o no el orgullo de ser machista. Mismos elementos que harán invisible la asunción machista por la mala fama que le acompaña. Los espacios académicos y el ámbito público serian muestra de esto último. No siempre con el mismo cuidado, por ejemplo cuando al responder por el precio de las tortillas se dice "no soy la señora de la casa".
Se puede ser absolutamente respetuoso con las mujeres con quienes no se sostiene una relación. Sin embargo, cuando la mujer es mía, la violencia emerge. Y aun así. “Tómalo de quien viene”, decía un joven hombre en un grupo de reflexión. El asunto es que ese “de quien viene” era justo una joven mujer. En otra ocasión, en el ámbito escolar y alrededor del comentario de qué hacer cuando en la vía publica un hombre golpea a su esposa o novia, un joven profesor decía sin vacilar: “es que a veces lo necesitan”. Encontramos en paralelo a quien dice que las mujeres necesitan de un “estate quieto” y de quien lo realiza en sus acciones. Seguro que no es difícil para quien esto lee ubicar en su propia experiencia escenas donde se pongan de manifiesto la idea de superioridad y prepotencia del hombre.
Héctor Domínguez Ruvalcaba (especialista en temas de género) nos dirá que la masculinidad y el machismo son un producto particular del contexto sociocultural mexicano. Es el resultado de una colonialidad, de ese intento por reproducir ciertos valores del hombre europeo,consumista preocupado por la moda y demás cosas alejadas de nuestra sociedad.
Colonialidad que nos impuso una inferioridad que nos hace sujetos de querer ser algo que no se puede ser por circunstancias culturales, políticas y económicas. Lo que produjo un vacío que se ha compensado con el machismo, que exige a los hombres una conducta de ser más que las mujeres y de aquellos hombres que no son hombres. Así resultó que ser hombre es tomar mucho, tener muchos hijos, pelearse, tener muchas mujeres, significaciones alejadas de ser científico, un gran empresario, un hombre racional, trabajador, responsable, emprendedor e independiente. Digno representante, en sus aparentes diversos personajes, aunque siempre el mismo, Pedro Infante: charro, borracho, peleonero y mujeriego.
A decir de Monsiváis, el machismo tiene su raíz en la revolución liderada por legendarios personajes como Pancho Villa, símbolo de la hombría al hacer frente a las balas enemigas,por el desapego de la propia vida y el amor por las Adelitas.
En el correr cotidiano, el macho no puede dejarse humillar por nadie, aun y cuando haga falta dinero, poder y cultura. ¡Más aun, quizás!
Abuso, prepotencia y sentido de superioridad no son propios de los hombres. Dice Marta Lamas (especialista en temas de género), que si consideramos la clase social nos encontraremos con mujeres que tratan al otro, hombres y mujeres, como inferiores.
El asunto es mayor cuando pensamos la realidad social con eso que Bourdieu ha denominado violencia simbólica. El mayor ejemplo de la violencia simbólica es la dominación masculina, que no sólo es una violencia ejercida por hombres sobre mujeres, es dominación que afecta tanto a uno como otro género. En ello hay cierta adhesión que el dominado no puede dejar de otorgar al dominante. Cuando una mujer dice, si alguien interviene al momento en que su novio o marido la golpea,“déjelo, es mi marido”, “soy su mujer, usted no se meta”, estamos frente a la violencia simbólica. Cuando una niña dice a otra “corres como niña”, nos encontramos frente a la ya gestada violencia simbólica, misma que será una estructura cognitiva duradera, que dará forma al esquema de acción que orienta la percepción de la situación y la respuesta adoptada.
Por eso el machismo no sólo se da entre hombres y mujeres, sino entre hombre y hombre, entre mujer y hombre, entre mujer y mujer.
Los mecanismos psíquicos que ahí operan tienen que ver justo con la posibilidad de ser y tener. No en la vulgar lectura que se hace de Freud sobre la envidia del pene, sino en la circulación del falo, que es del orden simbólico, imaginario y real. Se instaura la dolencia cuando se descubre que uno no es todo para el otro, el otro materno, el otro del amor, el otro de la completitud. Lo que no tengo y debo tener, expresados culturalmente en poder y riquezas, en hombría y superioridad. ¿Pero quién tiene en la realidad todo? ¿Quién vive en completitud? Herida eterna que siempre se buscará sanar, aun en el delirio agresivo de ser más de lo que se es.
* Psi. Mauro Cruz Mtz. Psicólogo por la UAM Xochimilco. Diplomado en Clínica psicoanalítica, fundamentos freudianos en la UAM Xochimilco. Diplomado en Clinica de Freud en Dimensión Psicoanalítica. Maestrante en Psicoanálisis en Dimensión Psicoanalítica. Ejerce su práctica psicoanalítica en la CDMX.
* Psi. Mauro Cruz Mtz. Psicólogo por la UAM Xochimilco. Diplomado en Clínica psicoanalítica, fundamentos freudianos en la UAM Xochimilco. Diplomado en Clinica de Freud en Dimensión Psicoanalítica. Maestrante en Psicoanálisis en Dimensión Psicoanalítica. Ejerce su práctica psicoanalítica en la CDMX.
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